Ansiedad, estrés y miedo: costo mental del encierro durante las lluvias
La República Dominicana, ubicada en el corazón del Caribe, forma parte
activa de la ruta ciclónica del Atlántico, lo que la expone año tras año a
tormentas y huracanes que ponen a prueba no solo su infraestructura, sino
también su equilibrio emocional y social.
En cada temporada ciclónica, miles de familias reviven la
ansiedad de la pérdida, el encierro y la incertidumbre. Por eso, más allá de
prepararnos materialmente, debemos crear conciencia sobre la importancia de
proteger también la salud mental ante estos fenómenos naturales.
Cuando una tormenta se aproxima, el miedo no solo se
instala en los techos, sino también en la mente. Las lluvias constantes, el
ruido del viento, los apagones y la imposibilidad de salir de casa generan una
sensación de vulnerabilidad que puede detonar ansiedad, depresión o estrés
postraumático, especialmente en personas con antecedentes psicológicos o
emocionales.
Durante estos episodios, la incertidumbre es un factor
clave: no saber qué pasará con la vivienda, los familiares o el sustento
económico provoca una tensión sostenida que altera el sueño, el apetito y el
estado de ánimo. En quienes ya sufren trastornos mentales, estas condiciones
pueden agravar los síntomas, la ansiedad se intensifica, la depresión se
profundiza y los pensamientos negativos encuentran terreno fértil en el
aislamiento.
El encierro forzoso es otro detonante significativo. En
muchas comunidades rurales y urbanas, las lluvias prolongadas obligan a las
familias a permanecer en espacios reducidos, sin electricidad ni acceso a
distracción o comunicación. Esta convivencia forzada bajo estrés puede generar
irritabilidad, conflictos familiares y sensación de claustrofobia.
Además, los niños y adolescentes, privados de su rutina escolar y de
contacto social, pueden experimentar tristeza, aburrimiento y miedo, afectando
su bienestar emocional y su capacidad de adaptación.
A esto se suma el impacto psicológico posterior al desastre. Una vez pasa
la tormenta, llega el recuento de los daños: casas destruidas, pertenencias
perdidas, familiares desaparecidos. En esa etapa emergen con fuerza el duelo,
la desesperanza y el agotamiento emocional.
Es común que muchas personas presenten síntomas de estrés postraumático,
como insomnio, sobresaltos ante ruidos fuertes, irritabilidad o rechazo a
hablar del evento.
Sin embargo, la dimensión emocional de los desastres naturales suele ser la
más invisibilizada. Mientras se prioriza la reconstrucción de puentes,
carreteras o viviendas, se deja de lado la reconstrucción interior de las personas.
En países como la República Dominicana, donde los servicios de salud mental
son limitados, la atención psicológica de emergencia no forma parte estructural
de los planes de respuesta ante huracanes, lo que agrava el sufrimiento
silencioso de miles de afectados.
Frente a esta realidad, se impone la necesidad de crear una red
psicoafectiva comunitaria que funcione tanto en la prevención como en la
recuperación. Las autoridades locales, los equipos de salud y las
organizaciones comunitarias deben articular esfuerzos para incluir psicólogos,
terapeutas y voluntarios capacitados en el acompañamiento emocional durante y
después de los eventos climáticos.
Además, los medios de comunicación y las escuelas pueden desempeñar un
papel esencial al educar a la población sobre cómo manejar la ansiedad y el
miedo durante una tormenta: preparar un plan familiar, identificar espacios
seguros, mantener la comunicación con los seres queridos y limitar la
exposición a noticias alarmistas ayuda a reducir el impacto psicológico.
La resiliencia emocional también se construye desde lo colectivo. En
comunidades donde existe solidaridad y cooperación vecinal, las personas
enfrentan mejor el trauma y recuperan antes su sentido de control y esperanza.
No basta con reconstruir paredes; hay que reconstruir vínculos.
En conclusión, cada temporada ciclónica nos recuerda que la vulnerabilidad
no solo se mide en daños materiales, sino también en heridas emocionales. La
República Dominicana, por su ubicación geográfica, no puede escapar a la ruta
de los huracanes, pero sí puede fortalecer su capacidad de respuesta emocional
y comunitaria.
Prepararnos mentalmente es tan vital como asegurar los techos o almacenar
alimentos. Solo así podremos enfrentar las tormentas externas sin ser arrasados
por las internas.
Recomendaciones para cuidar la salud mental durante una
tormenta
Mantener la calma informada. Evite la sobreexposición a noticias alarmistas.
Infórmese solo a través de fuentes oficiales.
Elaborar un plan familiar. Asigne responsabilidades, prepare suministros y
establezca un punto de encuentro en caso de emergencia.
Promover la comunicación emocional. Hable con los niños y adultos mayores sobre lo que
ocurre, validando sus emociones sin generar pánico.
Evitar el aislamiento. Mantenga contacto con familiares, vecinos o redes
de apoyo. La conexión humana reduce la sensación de soledad y miedo.
Cuidar las rutinas básicas. Aunque haya encierro, trate de dormir, comer y
moverse en horarios regulares. La estructura da seguridad.
Buscar ayuda profesional. Si siente ansiedad intensa, tristeza persistente o
pensamientos negativos, acuda a servicios de apoyo psicológico, presenciales o
en línea.
Practicar ejercicios de respiración o relajación. Dedique unos minutos al día a calmar la mente y el cuerpo; pequeñas pausas reducen el impacto del estrés.

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